Los gnocchis de la familia…
Por: Cecilia Portella Morote
Hechos en casa, con dedicación, con arte, con el cuidado preciso de los ingredientes, pero sobretodo con los detalles que solo la familia puede prodigar, cuando de invitarte a la mesa, se trata.
Vengo de una familia que ha tejido historias alrededor de la mesa y aunque solo sea yo, de las pocas en reconocerlo, o quizás solo recordarlo, estoy segura que despertaré en más de alguno, remembranzas que se asemejen a lo que me tocó vivir. La gratuidad, una de las características que nacen del corazón, siempre ha estado presente. Donar el mejor plato, servir en lugar de ser servido, cumplir gustos y antojos y preparar exquisiteces, aunque pudieran parecer simples, ha sido el común denominador de mis tardes a la hora de almuerzo, o mis cenas bullangueras, precedidas, claro está, de los desayunos abrigadores, que siempre en mi mente quedarán.
Seguramente en algún recóndito recuerdo, es que nace mi afición por escribir sobre este tema. Y es que hay tanto por agradecer, que mi forma de hacerlo, es quizás la más simple, la que tengo a la mano, al finalizar en las yemas de los dedos, pasando por mi mente, pero que nacen en el corazón.
Y hoy, como cualquier día retomo la historia, los años han pasado y los personajes son otros… Ya no está la abuelita amorosa y atenta, tampoco la tía mayor que alzaba la voz para contagiar el ánimo, pero que por dentro guardaba el más profundo cariño por su familia; tampoco está la madre, la que hacía de cada palabra un halago, y de cada detalle, el mejor de los regalos. Los recuerdos no se fueron con ellas, quedaron aquí, porque eso me enseñaron ellas, a seguir agradeciendo, a pesar todo…
Sin duda han quedado buenos portadores de las enseñanzas culinarias de la familia, los mismos que ahora con la experiencia del caso y con los carteles, producto de la formación académica, han mejorado en técnicas y han potenciado sus habilidades y gustos, y aun así, siguen con la tradición.
No pretendo hacer un artículo informativo, hago sólo lo que sé, y lo que no hacía hace mucho tiempo: ejercitar mi mente hacia el recuerdo y el sentimiento. El escenario, el mismo de mi adolescencia; la trama y el desenlace, los mismos que el guión de mi vida conoce.
Los años han pasado y las escuelas argentina e italiana, intervinieron en la cocina y en la mesa de mi familia, y después de muchos, muchos años, volví a regocijarme en los gnocchis de la casa de Maranga, en San Miguel. Pudo haber sido con lasagna, algún elaborado plato con pescado o quizás con los recordados tamales de la abuela; pero fueron ñoquis en salsa bolognesa, con osobuco, delicioso, jugoso el plato, suave la carne y, la pasta, la pasta en su perfecta textura.
El pretexto fue más que bueno, una visita a la casa a la que siempre regreso, porque allí han quedado más que recuerdos, están los primos, los sobrinos y ahora, quienes irán tejiendo más historias alrededor de la mesa, y quienes seguirán regocijándose en los sabores que los grandes recuerdos y las mejores personas, nos dejan.
Gracias por esos ñoquis, primo Julio; porque para mí ha significado el regreso. El regreso a escribir sobre lo que me inspira. Gracias Mili, mi sobrina y primera niña, porque con tu arte, creatividad y tu excelente gusto haces de tu profesión, una verdadera alegoría en la repostería de alta gama.
Los ñoquis solo fueron el pretexto… Mi pretexto, para volver a las crónicas en la mesa.
Foto referencial (http://www.taste.com.au)