Las líneas de un corazón viajero
Por: Cecilia Portella Morote
Pasión, esa es la palabra que describe la forma cómo el corazón late, las ansias ebullen y la adrenalina se hace una con el alma… Y de pronto el avión despega, la lancha enciende motores, el bus toma la ruta y la calma regresa al cuerpo y cada mirada se vuelve cómplice, y capta en mente y de manera pictográfica las imágenes que se convertirán luego en palabras, en recuerdos, en la forma más viable de comunicar la experiencia vivida.
Debo confesar que no me hice periodista para viajar y probar nuevas experiencias, pero el camino fue dictando los pasos a seguir. Cuando uno viaja, se va haciendo parte del lugar, no importa si se recorrieron unos cuantos kilómetros o si hubo que cruzar un gran charco. Se asumen responsabilidades que pocos entienden, lo que se diga o se deje de decir marcará pautas, que serán consideradas opiniones, con cierto valor intrínseco.
No viajamos tanto como desearíamos hacerlo, sin embargo cada experiencia es única e irrepetible, aunque el destino sea siempre el mismo. No sé si es cuestión de suerte pero el camino siempre está lleno de sorpresas, de personajes, de lugares, que se convierten inolvidables y se perennizan en la mente y quizás también en alguna de nuestras crónicas, que llegan a ustedes, por diversos medios. Con una sola persona que se encuentre con éstas, mis líneas, el mensaje ya estará dado y la misión cumplida.
Parece fácil, pero insisto, la responsabilidad es densa cuando se trata de comunicar…
Ciudades, ríos, monumentos, terminales terrestres, montañas y hasta aeropuertos tienen en nuestro recuerdo, la característica de la experiencia, aunque los nombres de éstos no se recuerden a cabalidad.
Sólo como muestra… para mí, Cuenca en Ecuador es un cielo estrellado, montar a caballo, personas inolvidables, es poner al extremo la adrenalina de mis casi 50 años. Chimbote en Perú, es un buen ceviche, noches de peña, la bahía blanca. Santiago de Cuba, es color, música, son de tambores. Huancayo es trucha a la parrilla, lagunas incomparables, 366 fiestas al año. Torino en Italia, con sus delicados copos de nieve y ese impresionante frío que calentó mis historias. La Habana, Isla Coche, con playas paradisíacas, donde el atrevimiento fue mayor que mi recato, y en donde me permití conocer gente extraordinaria.
En Cuba, una gran experiencia con periodistas y comunicadores del mundo, sin duda mi primer acercamiento importante con el Viejo Mundo y con parte entrañable de mi América del Sur. Y en Isla Margarita, con unos extraordinarios guías, que hicieron de mis días el mejor soporte de emociones diversas. Aquí en casa, Satipo, sus paisajes alucinantes y mi descubrimiento del verdadero fruto del cacao, departir con colegas más jóvenes me hizo apreciar mi experiencia y reconocerme en ellos.
El camino sigue y seguimos sumando kilómetros… Desde Huacho con su arqueología poco difundida, mística, que como un libro abierto nos cuenta historias; hasta Roma y mi primera experiencia con el transporte subterráneo, mi gran encuentro a ciegas con Luis y el inicio de una gran amistad. Mis lágrimas frente a la imponencia del Coliseo Romano, una tocada musical mientras recorría la Roma antigua y mi emoción traduciéndose en locura.
En Lima, Chiclayo, Piura, Ancash, Ayacucho, Talara, Cusco, Arequipa, maravillada con los paisajes, los espacios, con la cultura gastronómica de cada uno de estos lugares que, aunque comparten la tradición de ser de las mejores cocinas del mundo, aportan, cada una, con sus peculiaridades, proyectando su sabor, biodiversidad e historia, por donde nos toque volver a experimentarla.
Madrid, León, Girona, Barcelona, mi sueño hecho realidad. Que, obedeciendo solo a las ilusiones fueron construyéndose en más que un destino para mí. Inolvidables encuentros en Madrid, las primeras cervezas, los esperados abrazos. Cadaqués, Besalú, Setcases, en Girona fue mi experiencia con volver a sentirme en familia, aún más allá de la sangre. Cada amigo se constituyó en un encuentro con la emoción a flor de piel. El medioevo se abrió ante mis ojos, el Mediterráneo y mis sueños con él. Una creme catalana que fue lo más sublime que mi paladar y mis ilusiones probaron.
El punto de salida del Camino a Santiago, los campos y el horizonte que no dejaban de sorprenderme, en León: Los vitrales de una catedral admirada, la noche de viernes en el Barrio Húmedo. Y la iglesia del pueblo en donde escuché los nombres de mis padres, que acompañaron mi camino paso a paso.
A pocos kilómetros de casa, o cruzando mares; volando o remando, en moto, caminando, viendo de día el camino o sintiéndolo de noche como enceguecida por la emoción, si volviera a nacer elegiría ser periodista nuevamente; intentando llevar un poco de lo mío a donde vaya, porque hacer turismo, ser turista, vender turismo, es SIEMPRE UNA RESPONSABILIDAD, porque llevas tu propia cultura a cuestas, en la piel, en las palabras, en tus actos, y dejas un poco de ella a dónde vas… Y al regresar, vuelves con lo mismo, y más.
Ser periodista de turismo te hace propenso a correr muchos riesgos, el principal de estos, es el riesgo de querer quedarte en el lugar que acabas de conocer.