Cadaqués, desde mi mirada
Por: Cecilia Portella Morote
A medida que van pasando los días, con el miedo a que se vayan esfumando los recuerdos, creo que más los retengo y se apoderan de mí, hasta hacer revolotear mi espíritu.
Las palabras siempre serán limitadas para expresar sensaciones que solo se definen en el alma y que, en ese único idioma hablan. Un camino, que hubiera deseado retener, un camino en ascenso, que permite que la mirada se deleite entre los colores que dibujan el paisaje. Las montañas de un lado, las porciones aguamarinas de vida y el verde inmejorable de la vegetación, describe la sinuosidad de este camino, que me hizo entrar en un vértigo en el que desearía quedarme de manera permanente.
Las curvas de la ruta son solo el preámbulo de la historia. Una historia a la que acuden datos, recuerdos, fechas, ilusiones, sueños y hasta deseos escondidos. Todo invita a pensar en silencio obligado, porque todo lo demás vocifera belleza, grita emociones, habla hasta la locura. Este camino que se hace largo por el deseo de perennizarlo nos llevó a Cadaqués.
Cuando una aprendiz en conjugar las palabras, como yo, se inserta en la emoción de escribir, comete casi siempre el mismo error que estoy cometiendo: esperar a que los días refresquen los recuerdos, pero al encontrarse estos, con el estado de ánimo vigente, que no concuerda en nada con los iniciales, los finales cambian, sufren alteraciones que podrían confundir la historia.
Los visitantes que acuden continuamente a Cadaqués siempre encuentran el espíritu apacible de un lugar pintoresco, bañado por el Mediterráneo y vigilado por montañas, que parecen estar más cerca de los límites con Francia, que bajo la tutela de un paisaje eminentemente catalán. Y es que Cadaqués se encuentra ubicado en la provincia de Girona, precisamente en la comarca del Alto Ampurdán, mirando hacia una de las puertas francesas.
Dada su cercanía al Mediterráneo, era la pesca, la principal actividad de los pobladores del lugar. Poco a poco lo pintoresco, que se erige innegable ante cualquier mirada, convirtió al poblado en un lugar de verano para los visitantes más cercanos, para posteriormente convertirse en refugio de artistas, escritores y personajes que iban en pos de la inspiración.
Recorrer sus callecitas estrechas con paredes blancas, que contrastan con las lajas de pizarra negra que sirven de soporte en el camino, permite respirar ilusión. No es un camino llano, ligeras inclinaciones de subida y bajada juegan con nuestras emociones, mientras que el panorama claroscuro se va desdibujando para abrirse ante el imponente mar que recibe la aceleración del pecho que nos va conduciendo casi instintivamente hacia donde la brisa sopla.
… Y desde ese momento el viento no dejo de soplar. Tomaba mis manos y se apoderaba de ellas, enfriándolas al punto de quemarme, me besaba una y otra vez, cambiaba el rumbo de mi cabello, mientras sentada allí solo observaba el mar, internándome, como hacen los artistas, hasta donde la mirada permite seguir divagando… Y otra vez volvía a mí y me hacía consciente de su compañía y de mi razón de ser en ese lugar que, imperturbable, seguía perturbando mis sentidos.
Y nuevamente el viento, acariciando mis ilusiones y besándome el rostro, despeinaba mis pensamientos y me hacía soñar una y otra vez, bajo ese árbol que se deshojaba para volver a despertarme. No sé si el sueño duró 15 minutos, o si permanecí dejándome envolver en las caricias de ese viento, por dos horas o más. El tiempo casi ni lo sentí transcurrir, me quedé en el escenario perfecto para sentirme amada, con esos vientos que se fueron y se perdieron en el mar.
Ahora, mientras yo solo me dedico a buscar en mi mente, la forma de retener la brisa en mi piel, no sé si en Cadaqués el viento volverá a soplar para mí.